Rescato hoy un poema que tenía guardado, olvidado en la última troje del verano, hecho de recuerdos de aquellos agostos brillantes y dorados que labraban el costoso pan de mi infancia. Tomad y comed...
La otra noche soñé que volvía a la siembra,
al éxtasis del trigo sepultado y secreto,
al encuentro amoroso del labrador erecto
y la cóncava herida rendida de la tierra;
la otra noche sentí aquel placer en desvelo
de los surcos preñados de intocables promesas
y noté germinarme una querencia añeja
de brotes y de abrazos buscadores de cielo.
Yo era besana en celo y semilla en la fanega,
resoplido de bestia de ijares agitados,
yo el gañán, la mansera, y el yugo y el arado,
ceremonial de Ceres, madre de sementeras.
Desplegué mis raíces buscando besos ácidos
de nitrato y potasa, de acrebite y de hiendas,
me fundí en otro orgasmo penetrando la gleba
al brotar, indagando caricias de sol plácido.
Luego fue la cadencia danzante de los vientos
y una plegaria hirsuta clamando agua de mayo;
y al final las espigas doradas del milagro
en el vértigo ansioso de un mal presentimiento:
Se cernieron sombreros, alpargatas de cáñamo
y pañuelos oscuros por sobre mis cabellos
y diez hoces verdugas y cien callosos dedos
me rindieron en tierra indefenso y esclavo.
Me dejaron callando mi dolor al relente
de una noche de luna con perseidas y grillos
y amanecí ensartado con los primeros brillos
de un alba presurosa en el ansia barcinante.
¡Qué apurados trajines de cascos, qué crujidos!
¡Qué largo traqueteo por veredas calientes!
¡Qué violencia de horcas en la parva sufriente
a golpe de herradura y amenaza del trillo!
Empezó la tortura mareante y redonda
de chirridos dentados pariendo granos huérfanos,
trinchando mis tendones, mis huesos, los ereros
en medio del martirio cantaban con voz ronca
cantos de tamo y trilla arreando los jumentos.
Y en aquel trance amargo de muerte larga y sorda
en carrusel dorado sin toldo ni coronas
las risas infantiles mi único consuelo.
Rendí mi alma al solano y clamé perdón al padre
por mis broncos sayones, más ellos sí sabían
lo que estaban haciendo y que resucitaría...
bajo forma de pez aventándome al aire.
Cuando plegaba el viento sudaban y decían
con sorna “-Echa compae, que más lleva que trae”
y luego abaleaban con escobones grandes
las granzas y la paja; y el trigo relucía.
¡Que dulce fue mi sueño de afrecho y achicoria,
saberme venerado cual Dios en los altares,
saberme atesorado en las trojes, los costales,
molido y amasado con rito y parsimonia!
¡Qué más alto designio que reparar las hambres
y extender el dorado gobierno de la gloria
de aquel que dejó dicho “-Haced esto en mi memoria.”
y “-Hágase en mi palabra el milagro de los panes”!
Maravilloso poema en el que me sumerjo, y lo disfruto enormemente
ResponderEliminarUn gran abrazo y enhorabuena
Stella
Gracias Stella, celebro que te guste. Un abrazo.
ResponderEliminarA mí solo se me ocurre, además de felicitarte por ese emocionante poema, acompañarte en el viaje, pues también me trae recuerdos del cortijo, de la sementera, la siega y el trillo... la parva madura que se ofrece a los cascos de las bestias y al trillo con un niño somnoliento dando vueltas en su asiento.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Antonio, gracias por barcinar y trillar mis versos. Celebro que coincidamos en esta visión ya tan lejana, esto sólo lo entenderá quien lo ha vivido... Pero yo no me dormía en el trillo, sino que estaba deseando subirme, era el tiovivo gratis que teníamos a mano. Un abrazo.
ResponderEliminarHola ¡ feliz inicio de curso! me encantan las fotografias con las que has ilustrado la entrada . Este curso seguiremos utilizando tus poesías en clase . Abrazos
ResponderEliminarBello poema de remembranzas y vivencias...me deja muy clara la imagen de la siembra, la cosecha, la transformación del trigo y aquel niño con gran imaginación que se embarcaba en el tiovivo para trillar sus sueños... Felicitación...esta última parte del poema es magnífica...lo cierras divinamente bien.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Me encuentro en tu sitio, me parece hermoso,gracias José.
ResponderEliminarCordiales saludos, María del Carmen